lunes, 22 de octubre de 2012

Desbocada. Capítulo 1


- ¡Señorita Valeria, no puede usted hacer eso! - exclamó el jefe de cocina.

- Claro que puedo, soy la heredera de los Robleda, puedo hacer lo que se me antoje - dijo la señorita Valeria con voz serena.



La señorita Valeria pertenecía a la familia Robleda, la familia más rica del pueblo. Esta familia era conocida por todo el pueblo, incluso por todos los habitantes de los pueblos vecinos, por su comportamiento en público. Al ser tan adinerados creían poder hacer lo que les viniera en gana, faltaban al respeto, destrozaban locales, espantaban a la gente de los restaurantes y más barbaridades que se les antojase. La peor era Valeria, la más malcriada... .



Valeria era una hermosa joven, estatura media, pelo castaño y liso y un carácter bastante difícil. Se levantaba todos los días muy temprano, desayunaba y se iba a caminar por el campo. Cuando le entraba hambre paseaba por el pueblo e iba cogiendo del mercado lo que le apeteciera comer. Por las noches salía a cenar con sus padres y ahí era cuando volvían loco al pueblo. La adinerada familia insultaba y tiraba los platos al suelo armando un espectáculo, lo pasaban muy mal los camareros.



Se preguntarán por qué el pueblo les aguantaba. Aunque no lo parezca por mi descripción, Jorge Robleda, el padre de Valeria, tenía un gran corazón. Siempre que alguna familia necesitaba Valeria económica en un momento de crisis, Jorge Robleda les hacía un préstamo para que salieran adelante. El mismo restaurante en el que cenaban todas las noches lo financió Jorge Robleda para que los hijos de los Martínez pudieran seguir sus estudios.



Una fría mañana, Jorge Robleda se enteró de que los solares del sur del pueblo estaban en venta y se apresuró a hablar con el propietario.

- Buenos días, Paco - saludó Jorge al propietario de los solares que quería adquirir.

- Buenos días Jorge, ¿qué te trae por aquí? - le preguntó Paco.

- Me he enterado que vendes tus terrenos. ¿Es que vas a dejarnos?

- Así es amigo, me han ofrecido una buena suma, y si te soy sincero, ya estoy harto de arar el campo, no estoy ya para estos trotes. Y, bueno, lamento decirte que ya está todo vendido.

- ¿Cómo?¿tan rápido? - preguntó atónito Jorge.

- Sí, un tal Antonio Mejías vino a verme. Me ofreció mucho dinero por mis terrenos y accedí. Con tal suma tendré suficiente para vivir lo que me quede y para dejar una buena herencia a mis hijos. También me ofrecieron un empleo en una fábrica, pero rehusé. Por lo que me dijo, su hijo pequeño vendrá a vivir aquí y contratará en el mismo pueblo trabajadores para que le ayuden.


Jorge Robleda, disgustado por la noticia, se despidió de su amigo Paco y se marchó a casa.

Días más tarde, Valeria paseaba por el campo como de costumbre. De pronto escuchó un caballo relinchar y fue sigilosa hasta la procedencia del relinchar. Escondida, observó al apuesto hombre que intentaba calmar a un caballo salvaje. Cuando consiguió que el caballo se calmase dijo:

- Si quieres te enseño, solo tienes que pedírmelo.

Valeria se quedó inmóvil, no sabía si se dirigía a ella o no. No creía posible que la hubiera visto.

- No vas a salir ¿eh? Bueno, sigue espiándome si quieres niñita cobarde.

- ¡Yo no soy ninguna cobarde estúpido engreído! - gritó enojada Valeria.

- Jajaja, al fin sales, ¿no te gusta que te llamen niñita? - se burló el apuesto joven.

- No soy una niñita, tengo 19 años, estoy en la flor de la vida y deja de mirarme con esa cara de idiota. Y más te vale que no vuelvas a llamarme cobarde porque, porque...

- Discúlpeme señorita, he sido un grosero. Mi nombre es Adrián Mejías, compre unas tierras cerca de aquí, y las usaré para criar caballos, vacas, cerdos, pollos y demás animales de granja.

- Ah, pues muy bien - dijo Valeria con grosería.

- ¿Y vos, damisela, como os llamáis? - preguntó con tono burlón Adrián.

- ¡Que no te burles de mí! - exclamó Valeria, y luego se fue corriendo.

Adrián Mejías rió durante un buen rato y luego siguió con su trabajo.


Pasaron unos días antes de que volvieran a encontrarse. Valeria, no podía dejar de pensar en Adrián y eso la desconcertaba. Nunca había sentido esa sensación y al parecer le fastidiaba bastante. Estaba mucho mas irritable de lo normal y eso hacía que fastidiase más al resto del mundo.


Una noche, cenando con sus padres en el restaurante de los Martínez, Valeria armó un escándalo porque la comida de su plato estaba demasiado caliente. Allí se encontraba Adrián Mejías, el cual se levantó y se dirigió a la joven Valeria.

- Señorita, ¿ le importaría dejar de armar tanto escándalo? me gusta comer en un ambiente de paz.

Valeria se quedó paralizada, no se esperaba que alguien le llamase la atención y mucho menos se esperaba al hombre que no salía de su pensamiento. Pero no duró mucho tiempo perpleja.

- ¡A mí tu no me das órdenes estúpido engreído! - le gritó Valeria tirándole por encima un vaso de vino.

Adrián se fue hacia su mesa, cogió el plato de fabada que había pedido y se lo volcó en la cabeza a Valeria. Ésta se puso roja de rabia, parecía que fuese a explotar. Jorge y Ana, los padres de Valeria, estaban riendo a carcajadas por el espectáculo, y los demás clientes del restaurante estaban o riendo o perplejos por lo que estaba sucediendo.

Valeria intentó darle una bofetada a Adrián pero éste le paro la mano, y luego la otra mano cuando intentó pegarle. La señorita Valeria gritó de frustración y Adrián no paraba de reír.

Entonces Adrián la sentó en la silla y la soltó.

- Señores, el espectáculo ha terminado - dijo Adrián dirigiéndose a los presentes. Luego, le ofreció un cheque a los propietarios del restaurante para que cubrieran los gastos por los desperfectos ocasionados.

Jorge Robleda se dirigió hacia Adrián y le pidió disculpas por el comportamiento de su hija y de ellos mismos. Le confesó que llevaban años intentando que alguien les plantase cara por sus actos. Quería saber hasta donde eran capaz de aguantarles. También le confesó que habían malcriado a su hija y que ya era muy tarde para enseñarla a comportarse en público. Luego hablaron de trabajo.



Valeria pasó días encerrada en casa, no quería salir, la habían humillado y quería vengarse. Al fin se le ocurrió como hacerlo. Una noche de lluvia, salió de casa y se dirigió a los terrenos de Adrián Mejías. Una vez allí localizó la puerta de las cuadras. Se acercó y con la sonrisa más malévola que pudo poner abrió las puertas para que los caballos se escapasen.

- ¿Qué malota eres no?, niñita cobarde - dijo Adrián alzando la voz para que Valeria se enterase, pues la lluvia era muy intensa.

Valeria se sobresaltó, no se esperaba que la pillara.

- ¿Cómo has podido darte cuenta? A estas horas deberías estar dormido. Te levantas muy temprano para trabajar, ¿es que no duermes? - le dijo Valeria, enfurecida.

- Es que se te puede oler a kilómetros, a pesar de estar tan mojada.

El tono de burla de Adrián volvía loca a Valeria, le daban ganas de ensañarse a patadas con él.

- Deberías cerrar esas puertas y largarte de aquí - le sugirió Adrián.

- ¿Me vas a dejar volver a mi casa sola con esta lluvia?

- ¿Quieres entrar en mi casa? Lo siento, pero no creo que esté a la altura de la elegancia de vos mi damisela en apuros.

- ¡Te odio! - y tras expresar tan fuerte sentimiento, Valeria se fue caminando bajo aquel horrible tiempo.





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