Era un día un tanto extraño. Juana notaba algo extraño en la casa, pero no sabía el qué. Estaba sola con los dos niños pequeños en la casa. Ellos jugaban y ella hacía las labores del hogar. En la azotea, mientras tendía la ropa, Juana sintió como la agarraban. No podía moverse, estaba paralizada. Intentó gritar pero no podía. Miró intento ver que era lo que la agarraba, pero no podía girar la cabeza, y lo que alcanzaba de su cuerpo no estaba sujeto por nada ni nadie. De pronto, se sintió libre. Asustada fue a ver a los niños y aliviada quedó al comprobar que estaban bien.
Llegó la noche y Juana acostó a los niños. Seguía teniendo esa sensación extraña, como si hubiese algo en la casa, una presencia que la observaba en todo momento.
Se duchó y se acostó. Tendida en la cama estaba cuando de pronto sintió que los pies de la cama se hundían, como si alguien se hubiese sentado. Se asustó tanto que se tapó con las sábanas hasta la cabeza.
Con el miedo que tenía no pudo decir ni una palabra, tan solo pudo temblar. Le llegó un fuerte olor a anís, y le extraño mucho, porque no tenía anís en la habitación, ni en ninguna parte de la casa.
Al cabo de un rato sintió como los pies de la cama se volvían a su sitio. Un momento después la ventana se abría y una corriente de aire agitó las cortinas.
Juana se destapó. Tenía los ojos lagrimosos del miedo que estaba pasando. Pero tenía que comprobar que todo estaba bien, y sobre todo, que sus hijos estaban bien. Cogió la lámpara que tenía en la mesita de noche y la empuñó con ganas. Se acercó a la ventana y miró. No había nadie.
Retrocedió y se dirigió a la habitación de los niños. Allí no había nadie. Y de pronto, escuchó la puerta del baño. Bajó las escaleras y vio como la puerta del baño se cerraba de un portazo y una especie de corriente empujaba las cosas que había entre el baño y la ventana de la cocina. Por esta ventana salió y Juana la cerró corriendo para que no volviese a entrar.
Esa noche no pudo pegar ojo. Era normal después de lo vivido.
Al día siguiente se lo contó a una vecina, amiga suya. Esta vecina le contó que antes de que ella viviese ahí, vivía una mujer mayor que se ahorcó un día. La mujer bebía anís todo el día, hasta que se ahorcó, borracha, acabando así con su vida.
Es increíble cómo un espíritu puede quedarse atrapado en una estancia. Cómo puede un alma vagar por el mundo de los vivos atormentándonos con su vaivén. Este mundo es mucho más de lo que parece, aunque los escépticos inventen cualquier cosa para negarlo.
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