sábado, 9 de diciembre de 2017

Desbocada. Capítulo 6

Pasaron los días y Valeria no salía de casa. Estaba malhumorada, desagradable y además, olía mal. Su dejadez preocupaba a su familia y los trabajadores que la veían pasar.

Un buen día, su padre decidió hablar con ella. Estuvo largo rato intentando que la chica tuviese el valor suficiente para contarle lo que la hacía sentirse así.

Una vez enterado de todo, le propuso que se arreglase, cambiase es humor de perros e intentase socializarse un poco. No solo existía un hombre en la faz de la Tierra. Tampoco tenía por qué ser un hombre. Amigas con la que disfrutar del día a día. Algún entretenimiento, teatro, danza, que aprendiera a tocar el violín, cualquier cosa. Pero que cambiase o acabaría siendo una loca amargada rodeada de gatos piojosos.

Esta conversación le afectó a Valeria, pero se quedo tirada en la cama y su padre se marchó, preocupado.

Al día siguiente, Valeria se despertó temprano. Había decidido cambiar, no iba a dejarse destruir por un amor fracasado.

Se aseó, desayunó y se fue a caminar.

Llegó al pueblo y recordó las palabras de su padre. Entonces se dispuso a buscar una escuela de teatro. Se consideraba bastante dramática y peliculera, por lo que se le daría bien el arte de actuar.

Estuvo horas paseando, buscando alguna escuela que le llamase la atención, pero no encontraba.

- Shhh, SHhhhh. - se escuchó desde un callejón.
Valeria se acercó a ver quien la llamaba de esa manera.
- ¿Hola? - dijo Valeria, extrañada.
- ¡HOLA SEÑORITA! - dijo el hombrecito extraño, muy emocionado.
- Eres tú, sinvergonzón. ¿Por qué me llamas a escondidas?
- Pensé que no querrías que te viesen conmigo, por ser..., como soy.
- Me da igual lo que piense la gente, ¿acaso no es evidente? - le dijo Valeria con aires chulescos.
- Bien entonces, usted me sorprende. ¿Tiene algún trabajito nuevo para mi? - le dijo el extraño hombrecillo con una picarona sonrisa en su pequeña cara demacrada.
- En primer lugar, no es necesario que me hables de usted, no soy tan vieja. Y en segundo lugar, no, ahora estoy buscando una escuela de teatro donde apuntarme.
- Aaaaahhhh, interesante, pero no te veo yo haciendo de eso. Eres más brava, por lo que te va mejor luchar con espadas o tirar con arco. ¡ACCIÓN!
- Ahora que lo dices, no se ni que quiero. ¿Sabes dónde podría aprender a luchar con espadas y arcos? - preguntó Valeria, con intriga.
- Sígueme, te llevaré a un lugar que te hará olvidar y sentir.

Chica y hombrecillo se fueron juntos entre callejones hasta que salieron del pueblo y entraron al bosque.
Continuaron hasta llegar a un gran claro, donde el bosque no era tan espeso. Nada mas entrar al claro en el bosque, Valeria pudo ver al menos 10 tiendas enormes y mucha gente con extraños ropajes. Fuegos, espadas, malabares y demás cosas que la dejaron sin habla.

El hombrecillo cogió a Valeria de la mano y se dirigió hacia un hombre de casi 2 metros, con pelo largo que portaba una enorme espada.

- ¡HOLA FORTACHÓN!, vengo con una amiga, quiere aprender a disfrutar de las emociones de la vida. - dijo el hombrecillo al hombre de casi 2 metros al que llamaban Fortachón.
- Bienvenido, hombrecillo. Bienvenida, amiga de hombrecillo. - dijo Fortachón con una voz grave, bastante apropiada para su tamaño y musculatura.
- Hola, soy Valeria. ¿De verdad te llamas Fortachón?
- Aquí no tenemos nombres convencionales. - dijo Fortachón con una sonrisa agradable.
- Bien, pues he venido a aprender a manejar espadas y arcos, pero veo tantas cosas emocionantes. ¿Esa mujer de allí tiene barba?

El hombrecillo y Fortachón comenzaron a reir por el comentario de la barba. Luego, le presentaron a Valeria a todos los miembros del grupo, junto con las habilidades que tenían. Estaba emocionada, y decidió que quería aprenderlo todo.

Entonces, se hizo de noche, y se fue a casa acompañada por el extraño hombrecillo. Esta vez no se fue corriendo. Tampoco se fue llorando. No se fue enfadada. Esta vez se fue tranquila, emocionada por que llegase el día siguiente, en el que comenzaría una nueva etapa en su vida.

jueves, 26 de octubre de 2017

Abeja de juguete

Juana trabajaba como limpiadora. Una de las casas donde iba a limpiar vivía un matrimonio. El matrimonio tuvo hacía años un hijo, que nació muy enfermo y acabó muriendo a los 7 años de edad.
La casa era grande, tenía una gran entrada, un pasillo que comunicaba el salón, la cocina, el baño, las escaleras a la planta superior y la entrada al corral.

El niño fallecido tenía muchos juguetes que sus padres le habían comprado y hecho. Había uno en concreto que le gustaba mucho, y se pasaba horas jugando con él. Se trataba de una abeja en un alambre, que al darle la abeja bajaba y subía  por el alambre.
Cuando el chico murió, su madre puso la abeja en la entrada de la casa porque aseguraba que el niño seguía por allí, su espíritu seguía allí con ellos.

El hijo de Juana iba a ayudar al hombre de la casa con los animales todos los días. Siempre que pasaba por el pasillo le daba a la abeja para que subiese y bajase. Cuando le preguntaban por qué le daba siempre contestaba que un niño le pedía que le diese.

Un día, el hijo de Juana pasó con un cubo en cada mano y no pudo darle a la abeja, y la abeja comenzó a moverse como si le hubiese dado. Ellos no se asombraron porque ya habían notado antes cosas similares.

Pasó el tiempo y la dueña de la casa habló con su marido sobre despedir a Juana, porque ya no necesitaban sus servicios. Entonces, se le manifestó su hijo y le dijo: "¡NO LES ECHES!".
Según lo explicó la mujer, su hijo no quería que Raúl, el hijo de Juana dejase de ir allí. Juana también le explicó que alguna conexión había entre ellos, que debían de haber hablado porque Raúl hablaba en sueños y decía cosas sobre el niño, cosas que hablaba o hacía con él. 





Es increíble como algunas personas pueden percibir ese lado de la realidad. A veces siento envidia, aunque sería raro ver muertos. Cómo saber si es real o no. Que complejo es el mundo y que simple lo vemos.