jueves, 5 de octubre de 2017

Intervención

Juana trabajaba para el doctor que llevaba el caso de su sobrino. El niño tenía 7 años cuando le diagnosticaron cáncer de pulmón y de hígado.
El día antes de ir al hospital de Sevilla, el doctor, le dijo a Juana que su sobrino no tenía ninguna posibilidad, que era imposible que se salvase. En Sevilla le extirparían el cáncer, pero era imposible sacarlo sin que quedaran restos. El cáncer es como las algas enterradas en arena, si tiras de ellas se rompen y quedan restos en la arena.

La hermana de Juana, María, estaba muy preocupada por su hijo y se pasaba el día llorando. De madrugada, partieron hacia Sevilla porque tenían que estar por la mañana temprano en el hospital.
Desde Algeciras hasta Sevilla hay un largo camino de 2 horas.
Iban por el camino tranquilamente cuando de repente vieron una luz que surgía de algo enorme delante de ellos. Sin saber por qué, el coche se paró y no arrancaba. María estaba asustada, tanto que comenzó a llorar histérica abrazada a su hijo. La luz cada vez estaba más cerca y el marido de María no conseguía hacer que el coche arrancase.
De repente, la luz desapareció y el coche arrancó de inmediato. Nerviosos por tal extraño suceso siguieron el camino y llegaron a Sevilla.

Ya en el hospital, llevaron al niño al quirófano y le operaron. Para sorpresa de los médicos, que pensaban que el niño no iba a sobrevivir a la operación, el cáncer salió entero de una pieza y el niño sobrevivió.
La felicidad inundó los corazones de sus familiares y ahora el niño es un hombre y lleva una vida normal.





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