miércoles, 11 de julio de 2012

Capítulo 3.

Llevaba semanas estudiando magia y haciendo mi cuerpo más resistente. Conseguí terminar con los libros de magia elemental, lo cual me permitía varios conjuros por cada elemento.


Unos días atrás, me entró curiosidad por saber por qué había un castillo, en medio de lo que parecía una selva, en el que se enseñaba a unos cuantos afortunados el uso de la magia y el combate con armas. ¿Realmente somos afortunados? me pregunté.

En la biblioteca habían reservado varios libros más para mí. El profesor Toril estaba empeñado en convertirme en un gran mago, o en un gran guerrero y yo quería saber por qué. Aunque no tenía prisa...

Dejé los libros en mi habitación y me dirigí al comedor a comer. Me daba mucha hambre hacer magia. Mientras comía, Asmon, el idiota que me retó a un duelo el primer día que estuve en el castillo, vino a retarme de nuevo. Le rechacé de nuevo, pero insistió. Como empecé a ignorarle me tiró la comida al suelo. Si hay algo que me de corage es que toquen mi comida, y mucho más que la tiren al suelo. Eso me hizo aceptar el duelo.
El camarero, del que me había hecho amigo después de pasarle varias recetas, me puso otro plato de choco con garbanzos y me regalo un paquete de patatas cuando me fuí.

Me dirigí a la arena. La arena es un círculo enorme de tierra rodeado de asientos ascendentes, como en los teatros y esas cosas. Allí estaba Asmon, esperándome para empezar el combate. Me sorprendí al ver que estaba allí todo el castillo.

Marla se acerco a mí y me dijo:
- No te preocupes, no se puede matar ni herir de gravedad. Asmon reta siempre a un duelo a los nuevos, les da una paliza, y luego los invita a unirse a su grupito de chulos. Aunque no se unen demasiados...
- Supongo que solo los payasos como él.
- ¿No tienes miedo?
- No, ¿debería tenerlo?
- Es muy bueno con los hechizos de fuego, y con su espada...
- Lo tendré en cuenta.

Sonó una campana y una voz dijo:
- QUE COMIENCE EL DUELO.

Asmon lanzó una llamarada. La absorví con la mano, el fuego no me hacía nada, lo domino al igual que otros elementos. Después de quitar la cara de idiota, me lanzó una vola de fuego, y se la devolví con una patada.
Al ver que su fuego nada podía hacerme, sacó la espada que guardaba en la vaina que colgaba en su espalda. Corrió hacia mí. Que rápido es, pensé. Esquivé el primer golpe. Con un muro de tierra bloqueé el segundo. Le lancé un rayo que paró con la espada. Dejé que se acercara, le lancé un hechizo de hielo que le hizo resvalar y caer. Aproveche para hacer una prisión de tierra que lo atrapase. Le lancé un rayo de nuevo que le dió en el pecho. Deshice la prisión mientras corría hacia él y le di una patada por la boca. Quedó inconsciente. Gané.
Saqué el paquete de patatas que me regaló el camarero y me lo empecé a comer mientras me iba de allí. La gente gritaba, pero pasé, no buscaba la popularidad, solo quería darle una lección por tirarme la comida.

Días después me encontré con el profesor Toril. Me felicitó por el combate y por el dominio que demostré.

- A estas alturas, supongo que te preguntarás el por qué de tanto entrenamiento. - me dijo el profesor Toril.
- ¿Puede leer la mente o es que es usted el rey de la casualidad? - Pregunté con una media sonrrisa.
- MmMmm, podría intentarlo, pero me temo que solo funciona con gente... ¿cómo se dice...? con pocas luces. Te contaré entonces una historia. Una historia que te hará comprender por qué es tan importante que aprendas a dominar tu poder...



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